Hoy,
por fin, ha comenzado de nuevo el colegio. Tenía ganas de volver a ver a mis
compañeros, mi aula y a mis maestros, aunque algunos de ellos este curso ya no
estarán, como mi maestra Marina. Me gustaban mucho las clases con ella.
Recuerdo el primer día que llegó, fue en febrero, nosotros ya llevábamos unos
meses en primero de Primaria. Desde el primer día, noté que tenía muchas ganas
de trabajar con nosotros y acompañarnos en nuestro aprendizaje.
Me gustaba que fuera mi maestra
porque era cariñosa con nosotros y nos quería mucho. Cuando teníamos algún
problema podíamos contar con ella, porque siempre nos escuchaba. Si alguien se
peleaba en el patio, al volver a clase, mediaba entre los implicados para
ayudarles a solucionar el conflicto.
Por otra parte, durante las clases
hacíamos actividades muy divertidas. Intentaba explicarnos los contenidos a
través de juegos y actividades manipulativas. Recuerdo que, en clase de
matemáticas, aprendimos a medir con nuestro propio cuerpo. Medimos con nuestras
manos las mesas, la pizarra e incluso el cuerpo de nuestros compañeros. Pero,
sin duda, lo que más me gustó fue el día en que trajo a clase el cuento de La
cebra Camila. Ese día, nos sentamos en círculo y nos contó el cuento, con
ayuda de las 7 lágrimas que derrama Camila en la historia. Las lágrimas las
había hecho con cartulina y nosotros las íbamos contando. Después, Marina puso
papel continuo en el suelo y pudimos expresarnos libremente, dibujando lo que
más nos había gustado del cuento. ¡Nos quedó genial!
Sin embargo, Marina no podía
quedarse con nosotros todo el curso, así que llegó el día de la despedida. Eso
fue lo que menos me gustó. A todos nos dio mucha pena que dejara nuestra clase,
de manera que le hicimos dibujos para que nos recordara siempre. Después de
eso, hemos vuelto a verla alguna vez y se ha puesto muy contenta de ver lo
mucho que hemos crecido y aprendido.
Texto antes de la correción:
Texto corregido por Miguel Pérez:
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