Mark Rothko, Light red over black (1957)
La
educación en 2030 sigue siendo darle los buenos días a Lola, la panadera.
También a mi asistente de voz: Ok Google, buenos días. Es el momento para el
carrusel de noticias y canciones que minuciosamente llevo seleccionando para
este momento crucial en la jornada en el que despegarse de las sábanas es un suplicio y, además, debo guardar los datos relativos a mi descanso en la aplicación del reloj
inteligente. Aunque cuestiono su lucidez cuando escoge el mejor momento para
despertarme. Personalmente mi veredicto cuando me despierto es el de aquella
canción de Tom Waits: solo
soy inocente cuando sueño. Curiosamente el único espacio en el que aún
no han conseguido colar un anuncio.
Como
es costumbre, los lunes siempre suena “Magic” de Chucho para que resuene una
frase que me acompaña desde hace dos décadas: “lo mejor de nuestra vida aún
está por ocurrir”. Todo lo que me rodea antes de ir al trabajo está
regulado por mis preferencias en mi hogar: la intensidad de la iluminación,
temperatura o los olores en cada habitación: un baile diminuto de gestos que
cuidadosamente he establecido como mi pauta de vida. Siempre apoyado por un
algoritmo y sensores en mis prendas inteligentes. Es hora de ir a la escuela,
sin olvidar circular por el carril de recarga eléctrica de automóviles, ya que le
queda poca batería a mi coche para transitar hasta la escuela en Rebollosa
de los Escuderos, Soria.
Nunca
pensé que acabaría alejado de la costa mediterránea, por mucho que me canse la
tonadilla de Serrat, pero no quedaron más opciones después de los eventos que marcaron
la década pasada: la irrupción de los extremismos de derecha, el aumento del
nivel del mar y de las temperaturas que imposibilitaban la vida en La Terreta.
Circunstancias que nos abocaron a muchos a vivir en la España vaciada, donde se
crearon núcleos de población que trabaja de manera remota en las más diversas
profesiones del mercado de trabajo virtual comisionado por la Agencia para el
Desempleo de la Comunidad Europea, de la que aún formamos parte. Parece casi un
relato apocalíptico guiado por el brazalete de Thanos, pero tal vez sea una
nueva oportunidad para encontrar un paraíso perdido por el Doctor Manhattan. Recordando
el título del álbum de Oliver Jeffers, aún Estamos aquí.
La vida en estas comunidades fue un núcleo de resistencia a la vida en las ciudades silenciadas por el ensordecedor cántico de los himnos y falsos patriotismos campantes que atemorizaban tanto como encontrarse a un león caminando por las calles. Por suerte, revertimos el camino de la humanidad concentrándose en núcleos urbanos, en edificios de alturas imposibles y, en definitiva, alejados de la naturaleza. O lo que quedaba de ella. De fondo en mi cabeza, la voz sabia como un sicomoro de Bill Callahan entonando aquello de “let’s move to the country”.
La vida en estas comunidades fue un núcleo de resistencia a la vida en las ciudades silenciadas por el ensordecedor cántico de los himnos y falsos patriotismos campantes que atemorizaban tanto como encontrarse a un león caminando por las calles. Por suerte, revertimos el camino de la humanidad concentrándose en núcleos urbanos, en edificios de alturas imposibles y, en definitiva, alejados de la naturaleza. O lo que quedaba de ella. De fondo en mi cabeza, la voz sabia como un sicomoro de Bill Callahan entonando aquello de “let’s move to the country”.
Entrar cada mañana en la escuela es una maravilla, rodeados de los olores del junquillo, espliego y tomillo de fondo, vistas de hayas y encinas, el sol entrando por los grandes ventanales del aula,,… la naturaleza viene a rondarnos y se amarra a nosotros desde una mirada tan enorme como salvaje. Nunca pensé que se construiría una comunidad tan idílica en un territorio en ruinas. La escuela está ubicada estratégicamente en la antigua zona de la iglesia, donde las dos arquitectas que diseñaron los espacios del pueblo decidieron vertebrar la vida de la comunidad: la escuela como centro neurálgico de nuestra vida. Curiosamente, cimentada sobre antiguos testamentos.
Sigo trabajando en mi etapa fetiche, educación infantil, y mi trabajo no ha cambiado mucho si hago retrospectiva. Medio como modelo en el que se refleje mi alumnado, y yo con ese grupo humano en el que priman las sonrisas y abrazos, cuidados cuando duermen y van al baño. Aunque me encanta verlos sonrojarse como Frederick si les digo que son artistas.
Hoy,
nuestra tarea es enseñar a nuestra red neuronal de aula a comprendernos.
La tecnología aprende al mismo tiempo que evoluciona el alumnado: nuestro proyecto este
trimestre es entrenarla mediante la creación de comandos algorítmicos para que
nuestras preferencias se vean plasmadas, sincronice nuestros biorritmos y
regule todas las condiciones espaciales en nuestro espacio de aprendizaje. Después, tendrán su pequeño momento de
inmersión en Google
Earth para descubrir la flora del polo sur y, tal vez, encontremos
algún pingüino. O en su defecto, volando en un velero.
Sin
duda, mi momento favorito del día es contarles un cuento. Durante el día,
autónomamente escogen sus recursos literarios digitales y se
demostró algo esencial con el tiempo: el papel era un elemento nostálgico, lo
relevante era la creación de álbumes ilustrados de elevada calidad estético-literaria.
Y, ahora, holográfica.
Ok,
Google: detén la grabación. Incorporar a registro de memoria del 2 de abril de
2034. Estado de ánimo: melancolía feliz. Archivar en relatos de la habitación roja para mi
perfil de tumba virtual. Destinatarios: acceso abierto. Canción: Ain’t no grave,
versión de Johnny Cash.
Me gusta pensar que aún no hay una tumba que sea capaz de sostener mi cuerpo a dos metros bajo tierra porque: aún estamos aquí y lo mejor de nuestra vida, aún está por ocurrir. Por supuesto, mientras mantengamos la inocencia cuando soñemos. Aunque ahora mismo, después de esta odisea en el tiempo, lo que más me reconforta es que mi sopa aún está calentita.
Coda final.Mensaje a la educación: señoras y señores, flotemos en el espacio y, como entonaba Elvis, nunca dejaremos de enamorarnos de ti. Porque, como decía Wayne Coye: el amor en nuestras vidas es demasiado valioso, de la misma manera que la educación.
Me gusta pensar que aún no hay una tumba que sea capaz de sostener mi cuerpo a dos metros bajo tierra porque: aún estamos aquí y lo mejor de nuestra vida, aún está por ocurrir. Por supuesto, mientras mantengamos la inocencia cuando soñemos. Aunque ahora mismo, después de esta odisea en el tiempo, lo que más me reconforta es que mi sopa aún está calentita.
Coda final.Mensaje a la educación: señoras y señores, flotemos en el espacio y, como entonaba Elvis, nunca dejaremos de enamorarnos de ti. Porque, como decía Wayne Coye: el amor en nuestras vidas es demasiado valioso, de la misma manera que la educación.
Enhorabuena, me ha encantado. La vuelta a la naturaleza un acierto enorme, pero incluyendo futuros (o presentes) avances tecnológicos.
ResponderEliminarGracias. Como ves,el relato está basado en el intertexto y el hipertexto.
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